Érase una vez un pueblo perdido entre las montañas donde sus
habitantes se trataban muy mal y eran muy
agresivos entre sí. Siempre se estaban insultando; discutían por las cosas más
insignificantes y claro, constantemente surgían peleas y conflictos violentos.
Los niños y niñas del lugar aprendían,
desde muy pequeños, a pelearse porque estaban acostumbrados a ver a sus mayores
hacer lo mismo con mucha frecuencia:
-¡Eres un inútil!
-¡Y tú una payasa!
-¡Anda y vete por ahí, idiota!
Éstas y muchas otras palabras eran las que
habitualmente se dedicaban los vecinos del lugar.
Un día una niña llegó al pueblo. Se
llamaba Paz, era la prima de Alberto, que venía a pasar las vacaciones de
verano.
Alberto tenía mucha ilusión en
presentársela a sus amig@s pero no estaba muy seguro cómo iba a reaccionar su
prima cuando comprobara lo malhablados que podían llegar a ser. De todas formas
Alberto tenía que arriesgarse y la llevó al campo del fútbol de la escuela
donde estaban disputando un partido.
-¡Hola chic@s! ¿Qué hacéis?
– Hola capullo, íbamos a comenzar el
partido.
– Esta es mi prima Paz, ¿Puede jugar?
– Si sabe, claro que puede.¿Te gusta el
deporte?
– Sí, desde muy pequeña practico kárate.
Soy cinturón negro pero también me gusta jugar al fútbol y otros
deportes.
Al oír esto tod@s se quedaron muy
sorprendid@s y pensaron que debían respetarla y no pasarse con ella.
Comenzó el partido y todo transcurría como
era habitual: insultos, chillidos, patadas, escupitajos, achuchones,
etc,... pero nadie se atrevía a dirigir una palabra malsonante a Paz.
De repente, el balón llegó a los pies de
Paz y chutó con todas las fuerzas que le permitían sus fuertes piernas de
karateca. El balón salió despedido tan alto que fue a parar al tejado de la
casa de enfrente, con tan mala fortuna que se pinchó.
L@s chic@s se indignaron tanto que
empezaron a insultarla, a dedicarle las palabras más sucias y horribles que
pasaban por sus pequeñas mentes.
Pero ella no dijo nada, ni si quiera se
movió; no hizo el más mínimo caso, y se quedó callada, mirándolos fijamente,
con el rostro tranquilo.
Cuando l@s chic@s cayeron en la cuenta de
lo que estaban haciendo, huyeron despavoridos por temor a que ella se
defendiera. Paz ni se inmutó, permaneció quieta mirando como huían.
Por la tarde, Paz se encontraba en su casa
cuando sonó el timbre de la puerta y salió a abrir. ¡Qué sorpresa se llevó! Era
su primo Alberto, y venía acompañado de toda la pandilla:
– ¡Hola Paz!
– ¡Hola Chic@s! ¡Qué sorpresa tan agradable!
¿Cómo estáis?
– Verás, venimos a disculparnos porque
creemos que nos hemos pasado contigo esta mañana en el partido.
– ¡Ah! ¿Es eso? No tiene la más mínima
importancia; por mí seguimos siendo tan amigos como antes.
Para celebrar la reconciliación se fueron
a continuar el partido que se había interrumpido por la mañana. De
camino al campo de fútbol, uno de los chicos le preguntó a Paz.
– ¿Me permites que te haga una pregunta
que me está rondando la cabeza?
– Sí, claro, todas las que quieras,
adelante.
– Sabemos que puedes defenderte muy bien,
en cambio no nos hiciste nada cuando te dijimos esas cosas tan horribles, ¿por
qué?
Ella le respondió con una pregunta:
– Si yo te traigo un regalo y no lo
aceptas, ¿para quién es el regalo?
– Sigue siendo tuyo Paz, puesto que no lo
he aceptado- contestó el chico.
– Pues igualmente con los insultos. Si tú
no los aceptas y no haces ningún caso, no son para ti, sino para quien los
dice.